Sandra Rodríguez, viuda del maestro Carlos Fuentealba, muerto hace siete años en el marco de una represión policial contra docentes de Neuquén, asegura que su esposo fue «un militante de la educación pública que siempre estuvo dispuesto a jugarse por sus compañeros».
«Carlos vivía como decía. Era una persona coherente con sus principios en el aula, cuando daba clases y también a la hora de militar por los derechos de sus compañeros de trabajo», recuerda Rodríguez, que trabaja actualmente como docente, y agrega “él creía firmemente en «la condición igualadora de la educación pública», y estaba convencido de la importancia que tenía la escuela pública en la construcción de ciudadanía. En la vida a él todo le costó, por eso era muy generoso con quienes se esforzaban e intentaban superarse».
Nacido en la localidad de Junín de Los Andes, en Neuquén, en 1966, Fuentealba creció en el campo, cerca del Lago Lacar. En la adolescencia se trasladó a la capital de la provincia para cursar la secundaria y años más tarde recibirse de técnico químico en el colegio industrial General Torres. En los 80, inició su militancia en el Movimiento al Socialismo (MAS) y su actividad gremial en la seccional provincial del gremio de la UOCRA.
«Por ese entonces nos conocimos y empezamos a salir. El trabajaba en la construcción y militaba en el sindicato. Se acercó a varios docentes porque quería armar algo para capacitar a sus compañeros. Quería acercar el aula al trabajo», apunta Sandra Rodríguez.
Tras desempeñar varias actividades laborales, Fuentealba decidió a principios del 2000 concretar su vocación como educador y recibirse como profesor de Química, a los 38 años.
«Tuvimos que trabajar mucho para mantenernos. Éramos un matrimonio joven con dos nenas chicas. Todo nos costaba mucho. Por eso, Carlos tuvo que postergar su deseo de estudiar la carrera del profesorado», evoca la compañera de Fuentealba.
Graduado como profesor de Química, comenzó a trabajar en un colegio secundario del oeste de la ciudad de Neuquén, donde sus compañeros lo eligieron delegado sindical, esta vez en la Asociación de los Trabajadores de la Educación de Neuquén (ATEN).
«Sus compañeros lo eligieron delegado y ese fue un reconocimiento muy importante. Sus alumnos también lo destacaron como el mejor `profe` del colegio. Era muy valorado por todos en la comunidad educativa, pero nunca se la creyó», destaca Rodríguez.
El 4 de abril de 2007, en pleno conflicto del gremio docente neuquino con el entonces gobernador Jorge Sobisch, Fuentealba integraba una columna de educadores que a bordo de varios automóviles viajaban por la ruta 22 para realizar una protesta.
A la altura de la localidad de Arroyito, y cuando los docentes se retiraban con el propósito de eludir la confrontación con los efectivos policiales destacados en el lugar, el cabo José Darío Poblete disparó una granada de gas lacrimógeno contra el vehículo en el que viajaba Fuentealba.
El disparo dio en la nunca del docente, le provocó hundimiento de cráneo, y tras varias intervenciones, murió el día después del ataque en un hospital de Neuquén.
Por esos días, Sobisch afirmaba que había dado «la orden de desalojar la ruta, pero no se responsabilizaba de los excesos cometidos por la Policía».
«El legado de Carlos es de lucha, resistencia, pero también de esperanza. El creía realmente que la educación podía liberar a las personas, y sobre todo a los trabajadores. Murió peleando por sus convicciones, esa es la lección más importante que dio», enfatiza Sandra.