por Marina Sepúlveda
El estigma y la exclusión -sobre todo urbana- pasan a primer plano en la muestra «¿Qué deberían aprender los museos?», una propuesta del Palais de Glace que con curaduría conjunta de los colectivos Identidad Marrón y Poetes Villeres propone hasta el 6 de marzo en La Manzana de las Luces una nueva construcción identitaria, compleja y en tensión con los estereotipos que consagra la práctica artística canónica.
El Palacio Nacional de las Artes (Palais de Glace), fundado en 1911 y con una sede prestada desde 2018 por los trabajos de refacción de su edificio histórico, continúa su trabajo y guarda de su acervo provisoriamente en la Manzana de las Luces.
En ese contexto, muchos de los proyectos que venía impulsando su actual directora, Fede Baeza, se trasladaron este año a ese espacio, entre ellos los programas «La colección escucha, voces del acervo» -con la idea de que una pieza del patrimonio fuera interpelada por una voz del presente- y «El museo aprende».
Este último desembarca en la Manzana de las Luces con «¿Qué es lo que los museos necesitan aprender?», una exposición curada por los colectivos Identidad Marrón y Poetes Villeres que acciona sobre el acervo y reconstruye una mirada diferente sobre las obras, en un diálogo cercano al concepto de «museo situado» o habitado por su comunidad.
La propuesta da sentido también a lo que Identidad Marrón -que viene trabajando desde hace cuatro años- plantea como «puerta de cristal» en la mayoría de los museos, que a pesar de lo público de su condición rechazan el ingreso de una parte de la ciudadanía.
En el sentido de interpelar y poner en diálogo a la colección, el público y los artistas, se inscribe la iniciativa de «El museo aprende», que irrumpe como una opción para abrir la institución y modificar su lugar de mera contemplación.
Así, en dos salas se desarrollan dos guiones curatoriales que se continúan y proyectan lo cotidiano, lo que excluye e invisibiliza. Una foto de un cumpleaños estándar de una casa de clase media se contrapone a la de otro cumpleaños en una casa de Barrio Fátima, en Villa Soldati, barrio del colectivo Poetas Villeres. Las voces pueblan de ecos los rincones, hablan de maltratos, portación de rostro, violencia institucional, humillación y también de un camino marcado. Una procesión de figuras de arcilla, inmutables en su marcha, se prolongan en otras fotos, videos y cuadros.
En la otra sala, un tejido como una red cuelga con la palabra «exclusión» en letras bien visibles. Eslabones de cadenas se asientan sobre una pila de remeras que son metáforas. En una pantalla, una joven con un cuadro detrás, pregunta «¿De dónde viene el oro de su familia?».
El breve texto de Identidad Marrón refleja la instalación «Destino» de Graciela Taquini (Buenos Aires, 1941), que fuera premio adquisición del Salón Nacional en 2014. La obra es también una especie de «carpa de colores» que toma «el tema del destino que se le dan a esas trayectorias a partir de los discursos racializadores», conceptualiza Baeza en alusión al uso de los colores que es una marca distintiva de ese colectivo.
«Identidad Marrón intenta mostrar que ante los imaginarios creados las personas marrones indígenas hemos sido ubicadas en la historia y el arte desde los prejuicios y los estereotipos», dice el texto curatorial. Desde su perspectiva, vienen a enseñarle al museo que otros universos de arte son posibles, universos que habiliten un acceso igualitario para observar y crear. «Los invitamos a desaprender que nuestro destino está marcado», dicen.
A modo de público manifiesto, el colectivo de Poetas Villeres (@escritoresvilleres), gestado a partir de un taller de periodismo realizado en la Garganta Poderosa en 2018, expresa que decidieron «utilizar la poesía y la escritura como herramienta de expresión» que «habilite a hablar y cuestionar medios y estructuras que refuerzan la estigmatización con la que cargan los territorios y sus vecinos».
«Con el programa ‘El museo aprende’ desde el Palais cedimos más el control curatorial a otras comunidades. Ahí fue que les dispusimos de patrimonio, vieron la colección, hicieron sus selecciones, las vieron en vivo, las probaron en sala. Vimos todos los problemas que implicaba exhibir, escribir una palabra, lo que significa la palabra pública dentro de una exhibición», explica Baeza.
La directora del Plais de Glace señala que «es muy interesante cómo Identidad Marrón avanza sobre las estructuras museográficas. El nivel de trabajo, la experiencia que ya tienen, el nivel de debates». Y acota: «Inicialmente habíamos imaginado trabajar con la Garganta Poderosa, pero desde Identidad nos sugirieron trabajar con Poetes Villeres, un grupo de jóvenes de menos de 25 años para los que esta fue su primera experiencia».
«Queremos seguir estimulándoles para que se sigan autopercibiendo artistas, que ya de hecho lo son. Su proceso de trabajo fue reconocerse como tales. Un poco el desafío es lograr que en esas comunidades la idea de que una trayectoria artística es posible», remarca.
El armado artístico que hizo Identidad Marrón estuvo coordinado por América López y Florencia Alvarado. «Nuestro hincapié fue preguntarnos ¿por qué estás obras y temas están hechas por personas blancas? y a partir de eso invitamos a repensar ¿por qué las personas que vivimos la exclusión no podemos hablar de eso en primera persona?», destaca López.
«Desde Identidad siempre planteamos la invitación de los museos a las personas que habitamos las villas y los barrios del conurbano como una falsa inclusión -explica-. Nosotros no pedimos inclusión, sino igualdad. El haber sido invitados a pensar la muestra, a construir un nuevo relato, una nueva mirada sobre cómo las personas racializadas podemos habitar el museo fue gratificante».
«Nuestro trabajo en la muestra hace hincapié en eso, en repensar las representaciones, la imagen como grandes constructores de sentido, y tratar de cuestionarnos y repensar los estereotipos que nos determinan a nosotros, personas racializadas, como objeto de estudio. Las representaciones de los pueblos originarios dentro de la historia del arte siempre es desde ese lugar de lo exótico, lo salvaje, lo no pulcro. La nueva manera de ver las obras y habitar una muestra como ésta ayuda a repensar estas estructuras que nos han determinado», analiza.
Por otro lado, desde Poetas Villeres, Dina Choquetarqui sostiene que la exposición «es el inicio para seguir transformando y representando lo que no nos gusta que digan de nosotres. Y destaca: «El círculo de les artistas que están en el museo es chico, y tiene que seguir ampliándose. En todos lados se viene haciendo arte. En el barrio, a pesar del discurso (de los medios) donde dicen que nos faltan cosas, se viene creando arte desde hace banda de tiempo.
«En Soldati hay raperos, banda de freestylers, fotógrafos, personas que hacen producción y edición de video, poetas, artistas que pintan, artesanos que hacen esculturas -enumera Choquetarqui-. Si nosotres activamos de nuestra parte y ocupamos estos espacios damos inicio a que otras personas puedan hacerlo. No somos la representación de nuestro sector, simplemente traemos lo que vivimos en el barrio y queremos que eso se multiplique. Hay una variedad enorme de artistas que por la desigualdad de clase y el estigma muy pocas veces llega al reconocimiento».
«Si vamos haciendo este trabajo de visibilizar un trozo del barrio o los vecinos y nuestras familias, va a seguir siendo una puerta para que otros participen en los museos. Pero tiene que ser un ida y vuelta. Tienen que estar las puertas abiertas y haber propuestas. Es bueno que estén nuestras voces, relatos y vivencias en el museo porque están visibilizados. Para nosotres es poder visibilizar algo que nos representa realmente y no un estigma ni un prejuicio», concluye.