por Silvina Molina
La guerra de Malvinas tiene 16 mujeres veteranas, seis de ellas permanecieron semanas asistiendo heridos en Puerto Argentino, lugar donde sueñan volver, mientras mantienen viva la memoria femenina del conflicto bélico entre Argentina y Gran Bretaña.
«Estábamos en el quirófano cuando nos llamaron urgente de la dirección del hospital para decirnos que, al día siguiente, nos íbamos a Malvinas», contaron las enfermeras instrumentistas Silvia Barrera y Susana Maza, parte del equipo de las seis profesionales que permanecieron en la isla durante 19 días.
La convocatoria fue el 8 de junio de 1982, y ambas esperaban ese llamado «porque deseábamos ir a hacer nuestro trabajo allí. En esa época solo había enfermeros militares, y nosotras estábamos capacitadas para la atención en quirófano», explica Barrera.
Ella tenía en ese entonces 25 años y una hija de 8 que «estaba preparada para recibir la noticia, lo veníamos hablando», como también lo estaba el papá de Barrera, militar que «estaba fascinado porque su hija de 23 iba a servir en el conflicto», cuenta la ahora encargada de Ceremonial del Hospital Militar Central.
Ambas siguen trabajando en ese centro de salud, del cual salieron junto a sus colegas Norma Navarro, María Marta Lemme y Cecilia Riccheri hacia la santacruceña Río Gallegos. El grupo lo completó María Angélica Sendes que trabajaba en el hospital de Campo de Mayo. Todas, se habían anotado como voluntarias.
«Viajamos disfrazadas con ropa militar, no había mujeres en las fuerzas, así que nos dieron vestimenta talle 48 y borceguíes enormes. Como fuimos en un vuelo común de Aerolíneas Argentinas, los pasajeros nos miraban con asombro», rememora Barrera.
En Santa Cruz le dieron ropa de abrigo y embarcaron en el Puerto Punta Quilla en el buque hospital Almirante Irizar, ante la cara de sorpresa de varones no acostumbrados a la presencia femenina.
En el Mar Argentino, salvo una inspección de Naciones Unidas para verificar que el barco cumpliera con su rol sanitario, y el cruce inevitable con parte de la flota británica, el viaje no remitía a la guerra.
Pero «cuando llegamos a Puerto Argentino se estaban desarrollando combates cerca, que veíamos desde el barco. Los jefes decidieron que quedemos embarcadas, pensando que era próximo el cese de hostilidades y que nuestra tarea era más importante en el buque porque comenzaba la evacuación de heridos», relata Maza.
«Era como estar en la vereda de enfrente, pero con el mar, las olas, el tiempo tan tremendo en medio, lo que dificultaba el traslado de los heridos. Los soldados llegaban hasta el puerto y se los trasladaba en dos helicópteros o en el transbordador el Yehuin hasta el buque», aporta Barrera.
Las instrumentadoras quirúrgicas se reconvirtieron y desarrollaron múltiples tareas sanitarias en un barco que primero recibía pacientes desde el hospital de Puerto Argentino, pero que luego comenzó a recibir soldados que llegaban desde el campo de batalla.
«Los soldados se extrañaban al ver mujeres, pero también los reconfortó, porque además de atenderlos, los escuchábamos. La mirada femenina acompañaba y contenía, sobre todo en ese contexto», resalta Maza.
Un soldado invitó a una de las enfermeras del grupo a su casamiento. Otro, sigue escribiéndose con una de las mujeres que lo cuidó. Barrera se reencontró hace sólo tres años con uno de sus pacientes de Malvinas. Y las historias siguen.
Ellas reconocen que el regreso, luego de llamar a varios familiares de soldados para darles noticias de sus seres queridos «fue difícil, después de haber vivido lo que vivimos».
Fueron seis las enfermeras británicas que estuvieron en el buque inglés Uganda durante la guerra, una de las cuales escribió un libro. La historia y vivencias de las veteranas argentinas quedó plasmada en el libro de Jorge Muñoz del Centro de Civiles Veteranos de Malvinas, donde éstas mujeres plantean que «en la historia de las fuerzas armadas argentinas, después de Juana Azurduy, estamos nosotras. Cómo no vamos a estar orgullosas. Queremos contar nuestra historia y queremos volver a Malvinas».